Desde niño el arte siempre estuvo presente como una forma
de expresión de mis emociones, de estar en el mundo. Recreaba lo humano con
el dibujo y la pintura de personas y estructuras urbanas, pero sobre todo en
el juego, historias interminables donde objetos como las escobas y los
lampazos cobraban vida y acompañaban a un chico inseguro, tímido e
introvertido que vivía en un mundo de fantasía, fuera del de los demás,
hablando solo: me decían El Loco.
Recién al terminar el bachillerato, obligado a cursar una
materia extracurricular, me di cuenta que el teatro era mi universo:
descubrí la maravilla de lo grupal al tiempo que mi propia voz, que
expresaba ante otros ese mundo privado de mi infancia. En 1989 comencé a
estudiar teatro en la Escuela de Teatro Inés Laredo, encontrando en las
tablas un giro de vida terapéutico, una forma de plantarme ante la vida y de
aceptar mi cuerpo, mi voz y de zambullirme en el entusiasmo de la
investigación, de la observación de la realidad necesaria para la
interpretación artística.
Como quería recrear historias a través del cine, ingresé
paralelamente en la Universidad del Zulia en la carrera de Comunicación
Social, la única que en ese momento se acercaba a ese mundo y donde más
tarde comencé a trabajar como docente, una vocación que no sabía que estaba
dentro de mí y que se convirtió en una pasión: la de descubrir las
capacidades, habilidades y destrezas del otro y desarrollarlas a través de
una educación efectivamente integral. He dado cursos de teatro a niños, a
tercera edad, a modelos, a pacientes oncológicos, a actores principiantes y
de técnicas avanzadas a profesionales, y todos siempre me agradecieron la
fuerte exigencia perfeccionista con que los invitaba a sacar lo mejor de sí.
Aprendí de todo tipo de maestros estilos y abordajes diversos
que me hicieron ver la importancia de encontrar la propia voz como creador y
la de cada situación creativa. Participé en encuentros de teatro en mi país,
desde temprano en los festivales internacionales de Santa María en Colombia,
de La Habana en Cuba y de Caracas en Venezuela, y en estos treinta años
trabajé en todas las áreas del quehacer teatral como actor, director, autor,
productor ejecutivo, asistente, diseñador y realizador visual en decenas de
obras que proponía en los tres espacios más prestigiosos de formación
teatral de Maracaibo en donde yo me desempeñaba como docente por concurso:
la Universidad Privada Dr. Rafael Belloso Chacín, la Universidad de Zulia y
la Escuela Inés Laredo, así como en grupos autogestados e invitado por
varias compañías en mi ciudad.
Como todo habitante de Maracaibo, la amo profundamente. También
a mi familia, a mi madre. Pero las duras condiciones de vida que sufre
últimamente mi país me llevaron a buscar nuevos horizontes económicos en el
exterior, incluso para ayudar a mis seres queridos y seguir creciendo con el
desafío de nuevas experiencias y nuevas culturas. Luego de unos meses de
actuar y enseñar teatro en Perú, decidí en 2018 volar a la Argentina, en
donde encontré mi nuevo espacio de pertenencia y desarrollo personal. Aquí
continúo haciendo teatro, enseñando, actuando, dirigiendo, realizando
escenografías e incluso me di el gusto de unir la escena con otro de mis
grandes amores: la comida, que siempre disfruté muchísimo, también como
cocinero, y que es el eje de mi último unipersonal parcialmente
autobiográfico sobre las experiencias de los expatriados.
Porque todo trata sobre el amor, y eso es lo que para mí es el
teatro: un acto de amor.
Kelvin